Biblioteca Evita Capitana

Mi Mensaje - Capítulo 23

Los pueblos y Dios

Muchas veces, en estos años de mi vida, he pensado qué lejos estaban ciertos predicadores y apóstoles de la religión del corazón del pueblo, porque la frialdad y el egoísmo de sus almas no podía contagiar a nadie ni sembrar en las almas el ardor de la fe, que es fuego ardiente.

Yo sé — y lo declaro con todas las fuerzas de mi espíritu — que los pueblos tienen sed de Dios. Y sé también cómo trabajan sacerdotes humildes en apagar aquella sed. Mi acusación no va dirigida contra éstos, sino contra quienes por egoísmo, por vanidad, por soberbia, por interés o por cualquier otra razón indigna a la causa que dicen defender, alejan a los pueblos de la verdad, cerrándoles el camino de Dios.

Dios les exigirá algún día la cuenta precisa y meticulosa de sus traiciones con mucho más severidad que a quienes, con menos teología pero con más amor, nos decidimos a darlo todo por el pueblo. Con toda el alma, con todo el corazón.

Volver al índice