Biblioteca Evita Capitana

El Libro Verde - Capítulo 23

La mujer

Es un hecho indiscutible que tanto el hombre como la mujer son seres humanos. De ello se desprende, de manera evidente, que la mujer y el hombre son iguales en su condición humana. La discriminación de la mujer por parte del hombre es un acto flagrante de opresión sin justificación alguna, pues la mujer come y bebe como el hombre come y bebe; la mujer ama y odia como el hombre ama y odia; la mujer piensa, aprende y comprende como el hombre piensa, aprende y comprende.

Al igual que el hombre, la mujer necesita refugio, vestimenta y medios de transporte; la mujer siente hambre y sed como el hombre siente hambre y sed; la mujer vive y muere como el hombre vive y muere.

Pero, ¿por qué existen hombres y mujeres? La sociedad humana no está compuesta únicamente por hombres ni únicamente por mujeres; naturalmente, está formada por ambos. ¿Por qué no fueron creados solo hombres? ¿Por qué no fueron creadas solo mujeres?

Después de todo, ¿cuál es la diferencia entre hombres y mujeres, o entre el hombre y la mujer? ¿Por qué fue necesaria la existencia de ambos? Debe haber una razón natural que justifique la presencia tanto del hombre como de la mujer, en lugar de la existencia de uno solo. De ello se deduce que ninguno de los dos es exactamente igual al otro, y el hecho mismo de que existan hombres y mujeres demuestra la presencia de una diferencia natural entre ellos.

Esto implica necesariamente que cada uno tiene un papel propio, correspondiente a esa diferencia. En consecuencia, deben existir condiciones distintas para cada uno, que les permitan desempeñar sus funciones naturales. Para comprender estos roles, es fundamental entender la diferencia en la naturaleza con la que fueron creados, es decir, la diferencia natural entre ambos.

Las mujeres son hembras y los hombres son machos. Según los ginecólogos, las mujeres menstrúan aproximadamente cada mes, mientras que los hombres, al ser machos, no menstrúan ni experimentan los efectos del período mensual. Una mujer, por ser hembra, está naturalmente sujeta a un sangrado mensual. Cuando no menstrúa, es porque está embarazada.

Si una mujer está embarazada, su actividad se ve reducida de manera significativa durante aproximadamente un año, hasta el momento en que da a luz. Tras el parto o un aborto espontáneo, atraviesa el puerperio, una condición propia del proceso de dar a luz o perder un embarazo. Como el hombre no se embaraza, no experimenta estas condiciones propias de la mujer.

Luego, una mujer puede amamantar al bebé que dio a luz. La lactancia dura aproximadamente dos años, y este proceso implica que la madre esté profundamente vinculada al bebé, reduciendo considerablemente su actividad. En esta etapa, la mujer asume una responsabilidad directa sobre otro ser humano, al que asiste en sus funciones biológicas básicas; sin esa asistencia, el bebé no sobreviviría. El hombre, en cambio, ni gesta ni amamanta. ¡Fin del informe ginecológico!

Todas estas características innatas establecen diferencias por las cuales hombres y mujeres no son iguales. Estas diferencias, en sí mismas, son las realidades que definen lo masculino y lo femenino, a los hombres y a las mujeres; y asignan a cada uno un rol o función distinta en la vida. Esto significa que los hombres no pueden sustituir a las mujeres en el cumplimiento de estas funciones.

Cabe destacar que estas funciones biológicas representan una carga considerable, que implica un gran esfuerzo y sufrimiento para las mujeres. Sin embargo, sin estas funciones que ellas desempeñan, la vida humana llegaría a su fin. Por lo tanto, se trata de una función natural que no es ni voluntaria ni impuesta, sino esencial, sin la cual la existencia de la humanidad se vería interrumpida por completo.

Las intervenciones deliberadas contra la concepción constituyen una alternativa a la vida humana. Además, existen intervenciones parciales tanto contra la concepción como contra la lactancia materna. Todas estas acciones forman parte de una cadena que se opone a la vida natural y que, en esencia, equivale a un asesinato.

Que una mujer decida acabar con su propia vida para evitar concebir, dar a luz y amamantar es una intervención deliberada y artificial que contradice la naturaleza misma de la vida, representada en el matrimonio, la concepción, la lactancia y la maternidad. Estas acciones pueden diferir en grado, pero no en su esencia.

Prescindir del papel natural de la mujer en la maternidad — sustituyendo a las madres por guarderías — es el primer paso para prescindir de la sociedad humana y transformarla en una sociedad meramente biológica, con un modo de vida artificial. Separar a los niños de sus madres y confinarlos en guarderías es un proceso que los convierte en algo muy parecido a polluelos, pues las guarderías se asemejan a granjas avícolas donde los pollos son amontonados tras su nacimiento.

Nada puede ser más adecuado y digno para el ser humano que la maternidad natural. Los niños deben ser criados por sus madres dentro de una familia donde prevalezcan los verdaderos principios de la maternidad, la paternidad y la fraternidad entre hermanos, y no en una institución que se asemeje a una granja avícola. Incluso las aves, al igual que el resto del reino animal, necesitan la maternidad como una fase natural. Criarlas en granjas industriales, similares a guarderías, va en contra de su crecimiento natural.

Incluso su carne es artificial más que natural. La carne de aves criadas en granjas mecanizadas no es sabrosa y puede carecer de valor nutricional, pues los polluelos no han sido criados de manera natural ni bajo la protección de la maternidad. En cambio, la carne de aves silvestres es más sabrosa y nutritiva porque se han alimentado naturalmente.

En cuanto a los niños que no tienen familia ni refugio, la sociedad debe actuar como su tutora. Solo para ellos deberían establecerse guarderías e instituciones similares. Es preferible que la sociedad se haga cargo de estos niños en lugar de dejarlos al cuidado de personas que no son sus padres.

Si se realizara una prueba para descubrir si la inclinación natural del niño es hacia su madre o hacia la guardería, el niño elegiría a su madre y no a la guardería. Dado que la tendencia natural del niño es hacia su madre, ella es la persona adecuada y natural para brindarle la protección de la crianza. Enviar a un niño a una guardería en lugar de dejarlo con su madre es un acto coercitivo y opresivo, contrario a sus inclinaciones libres y naturales.

El crecimiento natural de todos los seres vivos es un crecimiento libre y saludable. Sustituir a la madre por una guardería es una acción forzada en contra de este desarrollo libre y armonioso. Los niños enviados a una guardería son trasladados allí de manera compulsiva, por explotación o por simple ingenuidad. Son llevados a las guarderías por razones puramente materialistas, y no por consideraciones sociales. Si se eliminara la coerción y la ingenuidad infantil, los niños rechazarían la guardería y se aferrarían a sus madres.

La única justificación para este proceso antinatural e inhumano es el hecho de que la mujer se encuentra en una posición inadecuada para su naturaleza, es decir, que se ve obligada a desempeñar funciones que van en contra de lo social y de su papel como madre.

Una mujer, cuya naturaleza le ha asignado un papel distinto al del hombre, debe estar en una posición adecuada para desempeñar su rol natural.

La maternidad es una función propia de la mujer, no del hombre. En consecuencia, separar a los niños de sus madres es un acto antinatural. Cualquier intento de apartar a los hijos de sus madres es una forma de coerción, opresión y dictadura. La madre que abandona su maternidad contradice su papel natural en la vida.

Se le deben garantizar sus derechos y unas condiciones que no sean coercitivas ni opresivas, sino adecuadas para el cumplimiento de su función natural. Solo así podrá ejercer su rol materno en un entorno acorde con su naturaleza.

Si la mujer es obligada a renunciar a su papel en la concepción y la maternidad, se convierte en víctima de coerción y tiranía. Una mujer que necesita un trabajo que le impide cumplir con su función natural no es libre, sino que se ve forzada a trabajar por necesidad, y "en la necesidad, la libertad se encuentra latente".

Entre las condiciones adecuadas e incluso esenciales que permiten a la mujer desempeñar su rol natural, que difiere del rol del hombre, se encuentran aquellas que son propias de un ser humano que se encuentra limitado y sobrecargado por el embarazo. Llevar otra vida en su vientre reduce su capacidad física.

Es injusto someter a una mujer en esta etapa de la maternidad a condiciones de trabajo físico incompatibles con su estado. Obligar a las mujeres embarazadas a realizar trabajos físicos equivale a castigarlas por traicionar su papel materno; es el precio que pagan por ingresar en el ámbito de los hombres, que les es naturalmente ajeno.

La creencia, incluso cuando es sostenida por una mujer, de que realiza trabajo físico por voluntad propia, en realidad no es cierta. Ella solo realiza ese trabajo porque una sociedad materialista y despiadada la ha colocado (sin que sea plenamente consciente de ello) en circunstancias coercitivas. No tiene otra opción más que someterse a las condiciones impuestas por esa sociedad, aunque pueda creer que actúa por elección propia.

De hecho, la premisa de que "no hay ninguna diferencia entre hombres y mujeres" priva a la mujer de su verdadera libertad. La palabra "ninguna" es un engaño monstruoso. Esta idea destruirá las condiciones apropiadas y necesarias que constituyen el privilegio que las mujeres deben disfrutar aparte de los hombres, de acuerdo con su naturaleza distintiva, y sobre el cual se basa su papel natural en la vida.

Exigir igualdad entre el hombre y la mujer al cargar pesos pesados mientras ella está embarazada es injusto y cruel. Exigir igualdad entre ellos en el ayuno y las privaciones mientras ella está amamantando es injusto y cruel. Exigir igualdad entre ellos en cualquier trabajo sucio que manche su belleza y reste a su feminidad es injusto y cruel. La educación que conduce a un trabajo inadecuado para su naturaleza también es injusta y cruel.

No hay diferencia entre hombres y mujeres en todo lo que concierne a la humanidad. Ninguno de ellos debería casarse con el otro contra su voluntad ni divorciarse sin un juicio justo o un acuerdo mutuo. Tampoco una mujer debería volver a casarse sin dicho acuerdo o divorcio, ni un hombre sin divorcio o consentimiento.

La mujer es la dueña del hogar porque es una de las condiciones adecuadas y necesarias para quien menstrúa, concibe y cuida a sus hijos. La mujer es la propietaria del refugio materno, que es el hogar. Incluso en el mundo animal, que en muchos aspectos difiere del humano y donde la maternidad también es un deber dictado por la naturaleza, resulta coercitivo privar a la hembra de su refugio y a la cría de su madre.

La mujer es hembra. Ser hembra significa poseer una naturaleza biológica distinta de la del varón. Esta diferencia biológica ha otorgado a las mujeres características distintas de las de los hombres, tanto en forma como en esencia. La anatomía de la mujer es diferente a la del hombre, del mismo modo que la hembra se distingue en el reino vegetal y animal. Esto es un hecho natural e innegable. En los reinos animal y vegetal, el macho ha sido creado naturalmente fuerte y agresivo, mientras que la hembra ha sido creada hermosa y delicada. Estas son características naturales y eternas, innatas en los seres vivos, ya sean humanos, animales o plantas.

En vista de su naturaleza distinta y en concordancia con las leyes de la naturaleza, el hombre ha desempeñado el papel de ser fuerte y esforzado, no por diseño, sino simplemente porque fue creado de esa manera. La mujer, en cambio, ha desempeñado el papel de ser hermosa y delicada de manera involuntaria, porque así fue creada. Esta regla natural es justa, en parte porque es natural y en parte porque constituye la base de la libertad. Todos los seres vivos han sido creados libres, y cualquier interferencia con esa libertad es una forma de coerción. No adherirse a estos roles naturales ni respetar sus límites equivale a un acto de corrupción contra los propios valores de la vida.

La naturaleza ha sido concebida para estar en armonía con la inevitabilidad de la vida, desde lo que es hasta lo que será. El ser vivo es un ente que inevitablemente vive hasta que muere. La existencia entre el inicio y el final de la vida se basa en una ley natural, sin elección ni imposición. Es algo natural. Es libertad natural.

En los reinos animal, vegetal y humano, deben existir un macho y una hembra para que la vida ocurra desde su inicio hasta su fin. No solo deben existir, sino que también deben desempeñar con absoluta eficiencia el papel natural para el cual fueron creados. Si este papel no se desempeña de manera eficaz, debe existir algún defecto en la organización de la vida causado por circunstancias históricas. Este es el caso de muchas sociedades en el mundo actual, donde se confunden los roles de hombres y mujeres y se intenta transformar a la mujer en hombre.

En armonía con la naturaleza y su propósito, hombres y mujeres deben ser creativos dentro de sus respectivos roles. Resistirse a ello es un retroceso; es ir en contra de la naturaleza y destruir la base de la libertad, pues es un acto contrario tanto a la vida como a la supervivencia. Hombres y mujeres deben desempeñar, no abandonar, los roles para los que fueron creados.

El abandono de su papel, o incluso de una parte de él, solo ocurre como resultado de condiciones coercitivas y bajo circunstancias anormales. La mujer que rechaza el embarazo, el matrimonio, el embellecimiento y la feminidad por razones de salud abandona su papel natural en la vida bajo estas condiciones coercitivas de enfermedad. La mujer que rechaza el matrimonio, el embarazo o la maternidad debido al trabajo abandona su papel natural bajo circunstancias coercitivas similares. La mujer que rechaza el matrimonio, el embarazo o la maternidad sin una causa concreta abandona su papel natural como resultado de circunstancias coercitivas y moralmente desviadas.

Así, el abandono de los roles naturales de la mujer y el hombre en la vida solo puede ocurrir bajo condiciones antinaturales, contrarias a la libertad y que representan una amenaza para la supervivencia. En consecuencia, debe haber una revolución mundial que ponga fin a todas las condiciones materialistas que impiden a las mujeres desempeñar su papel natural en la vida y las empujan a asumir funciones masculinas en busca de igualdad de derechos.

Tal revolución ocurrirá inevitablemente, especialmente en las sociedades industriales, como respuesta al instinto de supervivencia, incluso sin un instigador de la revolución como "El Libro Verde".

Hoy en día, todas las sociedades ven a la mujer como poco más que una mercancía. En Oriente, se la considera un bien que se compra y se vende, mientras que en Occidente no se reconoce su feminidad.

Forzar a la mujer a realizar el trabajo del hombre es una agresión flagrante contra la feminidad con la que ha sido naturalmente dotada y que cumple un propósito esencial para la vida. El trabajo del hombre oscurece los rasgos hermosos de la mujer, que han sido creados para desempeñar roles femeninos. Son como las flores, creadas para atraer el polen y producir semillas. Si elimináramos las flores, el papel de las plantas en la vida llegaría a su fin.

El embellecimiento natural en mariposas, aves y hembras de distintas especies existe para ese propósito vital. Si una mujer asume el trabajo de los hombres, corre el riesgo de transformarse en uno de ellos, abandonando su rol y su belleza. La mujer tiene pleno derecho a vivir sin ser obligada a convertirse en un hombre ni a renunciar a su feminidad.

La estructura física, naturalmente distinta entre hombres y mujeres, determina diferencias en las funciones de los órganos, lo que a su vez conduce a diferencias en la psique, el estado de ánimo, las emociones y la apariencia física. La mujer es tierna, es hermosa, llora con facilidad y se asusta fácilmente. En general, las mujeres son delicadas y los hombres agresivos por naturaleza innata.

Ignorar las diferencias naturales entre hombres y mujeres y mezclar sus roles es una actitud absolutamente incivilizada, hostil a las leyes de la naturaleza, destructiva para la vida humana y una causa genuina de la miseria en la vida social.

Las sociedades industriales modernas, que han hecho que las mujeres se adapten al mismo trabajo físico que los hombres a costa de su feminidad y su papel natural en términos de belleza, maternidad y serenidad, son materialistas e incivilizadas. Imitarlas es tan estúpido como peligroso para la civilización y la humanidad.

La cuestión, entonces, no es si las mujeres deben o no trabajar, pues esto es una presentación materialista y ridícula del problema. La sociedad debe proporcionar trabajo a todos sus miembros capaces que lo necesiten, tanto hombres como mujeres, con la condición de que cada individuo desempeñe su labor en su propio ámbito y no sea forzado a realizar un trabajo inadecuado.

Que los niños se encuentren sometidos a las condiciones laborales de los adultos es injusto y dictatorial. Del mismo modo, es injusto y dictatorial que las mujeres se vean obligadas a trabajar bajo las mismas condiciones que los hombres.

La libertad significa que cada ser humano reciba una educación adecuada que lo capacite para desempeñar el trabajo que le corresponde. La dictadura, en cambio, implica que las personas sean instruidas en aquello que no les es adecuado y sean forzadas a realizar trabajos que no les corresponden. El trabajo que es apropiado para los hombres no es necesariamente apropiado para las mujeres, así como el conocimiento adecuado para los niños no siempre es apropiado para los adultos.

No hay diferencia en los derechos humanos entre el hombre y la mujer, el niño y el adulto, pero tampoco existe una identidad absoluta entre ellos en lo que respecta a sus deberes.

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