Biblioteca Evita Capitana

El Libro Verde - Capítulo 28

El deporte, la equitación y el escenario

El deporte puede ser privado, como la oración que una persona realiza en solitario dentro de una habitación cerrada, o público, practicado colectivamente en espacios abiertos, como la oración que se lleva a cabo en comunidad en los lugares de culto. El primer tipo de deporte concierne únicamente al individuo, mientras que el segundo interesa a toda la sociedad. Debe ser practicado por todos y no debe delegarse en otros.

Sería absurdo que las multitudes ingresaran a los lugares de culto solo para observar a una persona o un grupo de personas rezar sin participar. Del mismo modo, es igualmente absurdo que las multitudes acudan a estadios y canchas solo para mirar a un jugador o un equipo sin formar parte del juego.

El deporte es como la oración, la alimentación o la sensación de frío y calor. No tiene sentido que las multitudes entren a un restaurante solo para observar cómo come una persona o un grupo. Tampoco es lógico que permitan que un individuo o un grupo disfruten del calor o de la ventilación en su lugar.

De la misma manera, no es razonable que la sociedad permita que un individuo o un equipo monopolicen el deporte mientras el conjunto de la sociedad asume los costos de ese monopolio para beneficio exclusivo de unos pocos. Así como el deporte no debe ser exclusivo de un grupo, tampoco la sociedad debe permitir que un individuo o un grupo, ya sea un partido, una clase, una secta, una tribu o un parlamento, decida su destino y defina sus necesidades en su lugar.

El deporte privado concierne únicamente a quienes lo practican por su cuenta y con sus propios recursos. En cambio, el deporte público es una necesidad colectiva, y el pueblo no puede ser representado, ni democrática ni físicamente, por otros en su práctica. Físicamente, el representante no puede transmitir a los demás los beneficios que su cuerpo y su moral obtienen del deporte. Democráticamente, ningún individuo o equipo tiene el derecho de monopolizar el deporte, el poder, la riqueza o las armas en su propio beneficio.

Los clubes deportivos constituyen la base organizativa del deporte tradicional en el mundo actual. Acaparan todos los recursos y las instalaciones públicas destinadas al deporte en cada Estado. Estas instituciones actúan como monopolios sociales, al igual que los instrumentos políticos dictatoriales que concentran el poder, los mecanismos económicos que monopolizan la riqueza y las estructuras militares tradicionales que controlan las armas.

Así como la era de las masas elimina los instrumentos que monopolizan el poder, la riqueza y las armas, inevitablemente acabará con el monopolio de la actividad social en ámbitos como el deporte, la equitación, entre otros.

Las masas que hacen fila para votar por un candidato que decida su destino lo hacen bajo la falsa premisa de que este los representará y encarnará, en su nombre, su dignidad, soberanía y punto de vista. Sin embargo, esas mismas masas, privadas de su voluntad y dignidad, se reducen a simples espectadores que observan a otra persona realizar lo que, por naturaleza, deberían estar haciendo ellas mismas.

Lo mismo ocurre con las multitudes que, debido a la ignorancia, no practican el deporte por sí mismas y para sí mismas. Son engañadas por instrumentos monopolísticos que buscan aturdirlas y distraerlas con risas y aplausos en lugar de la participación activa. El deporte, como actividad social, debe pertenecer a las masas, al igual que el poder, la riqueza y las armas deben estar en manos del pueblo.

El deporte público es un derecho de todas las masas, ya que contribuye a su salud y recreación. Es un absurdo dejar sus beneficios en manos de ciertos individuos y equipos que lo monopolizan, mientras que las masas financian las instalaciones y cubren los costos de los deportes públicos.

Los miles de espectadores que llenan los estadios solo para mirar, aplaudir y reír son personas engañadas, que han fracasado en la práctica del deporte por sí mismas. Se alinean pasivamente en las gradas, vitoreando a los héroes que les arrebatan la iniciativa, dominan el juego y controlan el deporte, explotando así las instalaciones que las masas han provisto.

Originalmente, las gradas públicas fueron diseñadas para separar a las masas de los campos de juego y evitar que tuvieran acceso directo a ellos. Cuando las masas comiencen a marchar y a practicar deporte en los espacios abiertos y los campos de juego, los estadios quedarán vacíos y se volverán innecesarios.

Esto sucederá cuando las masas tomen conciencia de que el deporte es una actividad pública que debe ser practicada y no solo observada. Este es un camino más lógico que el estado actual, en el que una mayoría impotente y apática se limita a mirar.

Las gradas desaparecerán porque no habrá nadie para ocuparlas. Aquellos que son incapaces de desempeñar roles heroicos en la vida, que ignoran los acontecimientos de la historia, que no pueden visualizar el futuro y que no toman con seriedad su propia existencia, son las personas triviales que llenan los asientos de los teatros y cines para observar los acontecimientos de la vida y aprender su desarrollo. Son como los alumnos que ocupan los pupitres en las escuelas porque aún no han sido educados y, en un principio, son analfabetos.

Quienes dirigen el curso de su propia vida no necesitan ver cómo la vida es interpretada por actores en un escenario o en una pantalla de cine. De la misma manera, los jinetes que sostienen las riendas de sus caballos no ocupan un asiento en las gradas de los hipódromos. Si cada persona tuviera un caballo, no habría nadie para mirar y aplaudir. Los espectadores sentados son solo aquellos que, por su incapacidad, no pueden participar en esta actividad porque no son jinetes.

Los pueblos beduinos no muestran interés en los teatros y espectáculos porque son extremadamente serios y laboriosos. Como han creado una vida rigurosa y comprometida, consideran ridículo el acto de interpretar. Las sociedades beduinas tampoco observan a artistas, sino que participan en juegos y celebraciones con alegría, ya que reconocen naturalmente la necesidad de estas actividades y las practican de manera espontánea.

El boxeo y la lucha libre son pruebas de que la humanidad aún no ha eliminado completamente su comportamiento salvaje. Inevitablemente, estas prácticas desaparecerán cuando la humanidad ascienda en la escala de la civilización.

El sacrificio humano y los duelos con pistolas eran prácticas comunes en etapas previas de la evolución humana. Sin embargo, esas costumbres salvajes llegaron a su fin hace años. Hoy, las personas se ríen de sí mismas y lamentan tales actos. Este será también el destino del boxeo y la lucha libre en unas décadas o incluso siglos. Cuanto más civilizados y sofisticados sean los pueblos, más capaces serán de rechazar tanto la práctica como el fomento de estas actividades.

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